Ví cómo, desde el púlpito, escupían sanciones, sobre los otros algunos de los menos peores. Yo me mezclé, pero en mi defensa, siempre me mezclo con todo. Me zambuí en el mar de palmas oxidadas que se intersectaban en el aire produciendo un sonido que iba mas o menos asi: clap. Me senté, me entumecí, se me durmió la pierna derecha, cambié de posición, luego la izquierda, bostecé, le di codazos intencionales a la de al lado que hice parecer accidentales, esperé. Del concentrado amorfo de bigotes al frente a la derecha salió el matador a cantar lo nombres y luego hubo que escuchar. Más objetívamente, el salón era pequeño, había parches de espuma forrada en el techo y las paredes para ayudar a la acústica cobarde del lugar, sillas relativamente cómodas, un sistema de sonido que, coronado por un micrófono de dos dólares, no servía, alfombras, aire acondicionado, un púlpito, las dos puertas misteriosas de todo salón desconocido, una mesa con meriendas al fondo y luces frías. Me pareció un m...