REMINISCENCIAS
“The finest day that I ever had
Was when I learned to cry on command
I love myself better than you
I know it's wrong so what should I do?”
(Kurt Cobain, On a Plain -Nevermind-.)
Vengo con muchísimo gusto y meneando la cola a decir, sin quiebres en la voz, que he sobrevivido a un par de horas en el mall escaseando de tienda en tienda. No ha sido suficiente mi dosis de autocensura o de mareo inducido para sacarme a gritos a esperar en el carro o tirarme al suelo a hacer berrinche.
Siendo, no solo por habérmelas ingeniado para salir triunfante con un trapito nuevo o con el apetito acarnivorizado de fideos, sino mas bien por la certeza nueva, oliendo aun a su papel de fábrica, frágilmente pisoteable, de haber tenido todos estos años el talento oculto del autocontrol.
Siendo así, solo puedo empezar a imaginarme las posibilidades de mi nuevo don.
Claro que no hablo simplemente del siempre-moderno-Al-Bundy-interior de “si nena, te ves bien” o del tipo callado en la iglesia pensando en Victoria´s Secrets. No. Hablo de no volver a empujar al vidriero escaleras abajo (o al menos esperar a que suba). Hablo de terminar un libro de Isabel Allende justo como lo empecé, de mi jornada de ocho horas y un mínimo justo. Hablo al fin del poder de la concesión.
Presiento que en un par de años estaré sentado en una casa gigante con mujeres sin nombre y martinis de deficiencia cristalina, sonreiré y mascullaré alguna razón para no sostener la mirada jamás. La vida no podría llegar a ser mejor.
Lejos, sin duda. Así llegaré muy lejos.
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Darío