waiting room
Son las siete de la mañana y la sala de espera es una escuelita llena de pioneritos, con pañoletas azules y pupitres mal calvados. Afuera el frio arrecia y el aire es casi tan blanco como las paredes adentro. Hace un año que escribía acerca de bufandas naranjas deslizándose por la calle y la garganta y hoy estoy mal sentado en un sillón de nylon mirando fijamente hacia el botón de on/off de un televisor anónimo. Las caras largas me rodean. Mujeres con las narices rojas y los cuellos largos, adolescentes arremangados en los sofas contando los segundos. Se puede deslizar suavemente un cortauñas por el silencio que se impone aun por encima del ruido de la tele. Soy un hombre, lo he comprobado. Podría ser una niñita llorona y aun sería un hombre. Me he puesto la cara dura y he dicho que todo esta bien, que hay que dejarse de pendejadas. Después de un par de dias en esa posicion, me acalambro en una sala de espera, quemándome las retinas con el blanco de las paredes. He probado a ser de tod...