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Mostrando entradas de junio, 2006

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En la casa los que mandaban siempre fueron los viejos. A veces los menos viejos mandaban también, pero eso no rompia necesariamente el molde de que eran los viejos los que mandaban. Cuando era más chiquito, me metieron en clases de judo y yo, que no asumía aun como propios conceptos como salud y destreza, me encaminaba hacia el colchón todos los días de la mano del tío con mi kimono blanco, de cinta blanca y de zapatos descalzos. El tio me llevaba siempre con los dedos suaves y bajando despacito de las aceras, diciendo adiós a quienes los saludaban y, en las calles con menos tránsito dejándome un espacio adelante para los retozos. En la casa, la tía esperaba paciente por los dos niños inválidos que venían del dojo cantando canciones viejas. Años después sería el mismo tío quien me esperaría en una esquina cercana a una escuela de La Uruca en un Caprice con el motor encendido para llevarme de vuelta a casa. Yo veía el auto con cara de cocodrilo y me montaba gustoso en su majestuosidad.