LA MEDIDA JUSTA

Me conoces bastante, esa iba a ser mi próxima pregunta, dijo Ella y se quedo callada. Después de considerarlo mucho respondí que sí la conocía y le pregunte si eso le molestaba, de ser así me podía consumir un poco y, después de mucho esfuerzo, conocerla un poquito menos, el único problema era desconocerla demasiado pero en ese caso podríamos llegar a un acuerdo y Ella enseñaría discretamente las partes que le convinieran hasta que mi conocimiento y mi desconocimiento fueran parciales solo en la medida justa. Como no pareció entender mi plan, que se tornaba mas complicado en cuanto mas trataba de explicarlo, me preguntó con un tono que vacilaba entre estar ofendida y fascinada si en verdad estaba tan loco como decía; tuve que resignarme y decirle que en realidad no, siempre y cuando no sea veintitrés, los días veintitrés me arrebato. Bastó eso para cambiar inmediatamente el tema. Hablamos de fotografías viejas y de asesinarnos gradualmente con un sentido brutal de la moda...

En los días posteriores me consumí en un cuadrito imaginario obstinado en la promesa de desconocerme un poco.

Es como aquél día en que inventamos la reencarnación y decidiste que eras la única persona en el universo y todo giraba a tu alrededor, los demás éramos extras en una película extranjera y nos movían de acuerdo a tu disposición, decía Ella olvidando inmediatamente la palabra anterior. A mi me daban cada vez menos ganas de guiar la conversación hacia algún punto de mi interés y le respondí que si le hacía sentir mejor había modificado la teoría, la había eliminado, descartado y vendido por un traje azul hacia años. Fue inútil. Nunca me creyó. Ella giraba en torno a mí y comenzaba a marearme con casas de cristal en donde viviría eternamente, acompañada solamente por sus compañeros de utilería y plástico. Decía que las cosas ya no eran tan fáciles como antes y que ahora estaba obligada a creer en el curso natural de los acontecimientos. Yo deduje que no hay diferencia alguna entre un taxi y un avión y apagué la luz.

Ella vivió feliz para siempre. Yo no. Cuando se nos acabo el vino nos quedamos acurrucados y no entendimos el frío que nos llegaba hasta el interior del cuadrito en el que nos consumíamos indiscriminadamente.

Desconociéndonos.

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