GENEALOGÍA DE UN MARTES VEINTIUNO

Por la mañana las cosas te miran como con lástima (justo como en aquella película de vampiros). Porque eres capaz de blasfemar entre dientes, no haces caso y sigues con tu cabeza agachada y los dedos de los pies eléctricos a alfombra pura.
Las sábanas destendidas en la cama inmensa, la resaca de la conversación fingida, la parte autoimpuesta de estar solo, el sudor de las ventanas y la pared burlona te van haciendo caer en cuenta del ambiente pesado que te rodea. Frunces el día y caminas con bozal. Si no fuera por esa certeza de que no eres un tipo melancólico, de que pronto será mediodía, te sentarías en la acera con el motor encendido a coleccionar rocío.
Pero tienes empuje (¿no es cierto?) y no se hablará de tí en los libros como un adorno de jardín. A la mierda el frío, el puente roto y el lado bien tendido de la cama. Bien; todo bien y juras darte una paliza en cuanto te sorprendas leyendo a Rimbaud otra vez.
Luego el mediodía, letargos, alfombras encapuchadas, mecerte en el volante y hacerte etcéteras suspensivas hasta la noche.
Carajo, Alejo, tienes suerte (y toda mi envidia).

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