LO TREMENDO DEL MOMENTO

"Andá a la esquina a ver si llueve

buscate un bar abierto que aún se puede

tomate un whisky a ver si se te pasa

pero por favor no te mueras en mi casa."

(Charly García, No te mueras en mi casa )

No es que me esfuerce demasiado en dejarlo claro, es que se me sale sin querer. No es que no cambie la mirada, agache la cabeza y meta las manos en los bolsillos para ocultar los dedos crispados del veneno, es que es evidente. No es que no me deshaga los modales y tire la puerta detrás del sofá de anfetaminas, es que es involuntario ese tono muerto de mi voz.

Ese timbre seco, grave de silla de ruedas, acromático, engorroso, destartalado, adjetivable, liso, pentatónico, deslizable, aceitoso, taimado, vulnerable, agachado, arinconado, estable de manos, descriptible, redundante, acantaletado, etílico, entumecido, que tiene una sobria modestia en la voz falsa, llega siempre sin ser invitado. Me lo sacas, no sé de dónde, cada vez que caigo en cuenta de lo articulado que puede llegar a ser un neandertal.

Siempre que llegas con tu paso acalambrado y los parpados de polvo, con tus doscientas caras, hasta mí, para que ambos te tengamos lástima. Siempre que hablas de tu silla desde la mía. Siempre que me borras a Kafka o a Wilde, para garabatearme Calcutas. Siempre me encuentras el sonido del agua goteando, lenta, inacabable, en la voz. Ese tono de mirar a la ventana, ese tono de uniforme de escuela, ese tono de siesta vespertina.

Y no es que no sea capaz de recogerte del piso en una bolsa plástica y quitarte la espuma, es que prefiero no hablar con la voz en los bolsillos.



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