MISIFÚS

Misifús caminaba por pleno Hillsborough con cuatro patas, dos delanteras y dos traseras. Venía siguiendo a una muchacha de piernas altas y falda corta que saltaba por las aceras.
Con esa coquetería, Misifús aceleraba el paso, se atrasaba, le daba vueltas y ella lo notó. Le dijo alguna palabra cariñosa y el se envalentonó para rozarle el tobillo con la cola. Ella, al borde de la acera, no se movió. Misifús tuvo la certeza de que viviría en sus piernas el resto e su vida. Una bola de pelo en su rodilla todas las tardes, nada podía ser mejor. Una casa con portales y tejados que dieran al cielo. Una dueña de piernas altas y falda corta.
Estaba hecho, la seguiría porque ya nada podría estar mal.
Ella se movió para cruzar la calle. Misifús le siguió por debajo de un Dodge porque le molestaba la luz roja. Justo en ese instante ella le llamó y el no supo entender. Se quedó inmovil, no era sabio contrariar a su nueva dueña por no haber entendido una indicación. Ella, casi frenética agitaba los brazos. Estaba bien salir, la luz ya no era roja y no molestaba.
El Dodge, indecente, se puso en marcha, poniendo su peso y el primer paso en la cola y las patas traseras de Misifús que apenas se aventuraba a retomar el paso.
Luego el dolor, el pavimento en la cara y el mundo detenido. La cola, que segundos antes habia rozado su pierna, estaba chata en el suelo con sus extremidades. Y le dolía.
Ella quiso venir a el, extendio los brazos en la señal inequívoca del cariño. Él le dio sus dientes y corrió lo mas rápido que sus dos patas buenas le permitian para perderse y no subir al cielo desde el techo ni ronronear en el portal de la muchacha de piernas altas.
Y ella no pudo, o no quiso seguirle.

Comentarios

Anónimo ha dicho que…
:(

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