PÓLVORA

Sucede que en medio de la noche, justo en lo peor de la matanza, llego la policia. Nos rodearon con las manos en la cintura y disparando luces al suelo: "qué es eso? no es tabaco, no parece...".
Los patos se sentaron en la otra orilla a reirse mientras a nosotros nos pedian identificaciones y nos arrinconaban. Dos en el agua y tres patas gordas en tierra con las patas (valga la redundancia?) cruzadas que fingian aprovechar el aire de medianoche mientras, con el rabillo del ojo miraban hacia nosotros entre risitas patívoras. Detras, con el ceño fruncido muy justamente, el patito menor, miraba sin disimulo alguno a mi compañero de pelea con la escopeta en la mano.
La poli nos pescó infraganti. "No es bueno mexclar balines con alcohol y eso que parece tabaco y no investigaremos más, alguien puede resultar herido". "Si señor, entendemos, vayase en paz, nosotros haremos lo mismo". Pero justo en ese instante uno de nosotros, ebrio de sangre aún, dio un tropezon con la baranda de la trinchera y lo interprete como un mal augurio.
Saqué del abrigo las armas. A dos manos me batí por el aire con tres policías blancos de pausa. Yo no usé linternita, pero habían perdigones por todos lados. Si, el paranóico soy yo. Mis camaradas, al ver lo que pasaba y despues de dudarlo un poco, desenfundaron también. Se armó, en un instante, una película de John Wayne. A mi me hirieron en la rodilla izquierda, pero mis dedos índices seguían proyectándose contra las placas aun atónitas de los tres despistados que nos tomaron antes por sorpresa. L. se tiró al suelo, K. cerro la puerta mientras que J., G. y yo nos abrimos paso entre balas.
El que parecía ser el jefe, o al menos, el más aventado de los tres recibió un balazo certero en el pecho y cayó al agua soltando un humo rojo en su interior. Los otros dos corrieron hacia atrás en parte para socorrerle y para usar los radios. Fue hermoso el crimen.
"Bahm, bahm! Puf, click, si! Otra vez, tómen cerdos...!"
De repente un grito: "Paren cabrones o el pato se muere". G. tenia al patito de ceño fruncido entre sus brazos con el cañón en las sienes. El pato no ya no estaba bravo, sino que mas bien aleteaba constantemente. Los dos policías se volvieron y le apuntaron, nos apuntaron a nosotros, titubearon. K. abrió la puerta y ese sonido hizo a uno de ellos dispararle a la pared que se escondía detrás de G.. Lo demás pasó tan rapido que casi no me da tiempo a escribirlo. G., de puro reflejo, acomodó una bala en el craneo del pato. El otro policía acomodó la suya en el de G. Ipso facto, J. y yo nos encargamos de ajusticiarlo, pero no sin antes recibir una descarga en el esternón (J.) y en el brazo izquierdo (K.).
Luego echamos los cadáveres al agua y untamos whiskey en las heridas. J. murió en la madrugada desangrado y sin que nadie lo notara. Yo no.
Cuando amaneció, regresé a casa dejando en el agua los cadáveres de tres policías, mis camaradas y los patos testigos del incidente. Y aún no me decido a tomar una ducha.

Comentarios

Anónimo ha dicho que…
a eso me refería
Anónimo ha dicho que…
Con las palomitas en las manos deje caer la quijada al suelo. Brillante. Quentintarantiniano!
Anónimo ha dicho que…
clap clap*

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