EL BRILLO

Corporativamente atolondrado.
Un par de días han pasado, pesando en mis espaldas. Como consecuencia, nada más me encorvé un poco y, a fuerza de salmón, me enderezé lastimándome la lumbar.
La cosa es que se han hecho proyectos que, independientemente de qué tan justos sean para terceros, son proyectos al fin. Por ejemplo, brillaba la fama de A Limine en un estudio de veintitantos tracks con racks en los llavines y en las espumaderas de arroz. Brillaba la fama de A Limine de gira por el Caribe, de nuevo en la bossa nova. Brillaba la fama de A Limine en la cola escurridiza de los nuevos tiempos. Y dejó de brillar de repente, o brilla menos, o diferentemente...
Brillé yo en mi minicumbre minimalista, absuelto de todos mis pecados, con un porro en la mano y una camisa desteñida en la otra. Brillé, amigo de Traveller en Argentina, buscando no sé qué en Montevideo. Brillé en el borde de una acera espirituana, con una guitarra en mis piernas, cantándole a un perro callejero, Brillé en Madrid, vestido de negro en un bar, con humo blanco y permanente en lo labios. Brillé en la esquina, con la mano bajo la falda de un par de piernas anónimas, Brillé en San Pedro, camino al Expresivo, con una canción inédita y malvada. Y dejé de brillar de repente, o brillo menos, o diferentemente...
Y la cosa con brillar es que el brillo, en sí, viaja grave en el espacio y cuándo menos cuenta te das de tí mismo, te escupe en la espalda en un desgarre suave de luz. Así, tengo la nuca manchada con la saliva del sol, o de su reflejo, o de algo diferente que viaja y escupe, siempre, en mis entendederas. Para celebrarlo, planeo pasar mi cabeza rápidamente por una lija cualquiera, para encenderme y brillar sin término medio ni recibos de luz. Otra vez, menos o diferentemente...

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