HUESO

Hablando de cómo se juntan las cabezas de dos fósforos recién encendidos, nos sentamos a la intemperie de aquélla tiendecita. Caía la noche y la calle pasaba de gris a azul como si nada. Habíamos salido del ensayo con el pretexto de compartir cigarros y nos encontramos acurrucados en nosotros mismos. Ahora dices que eras cobarde y yo que me faltaba experiencia... Entonces, justo como los fósforos, ejercité mi imposibilidad de extender los brazos y tocarte, me acomodé en el respaldar de esa silla blanca y frágil en la tienda de la esquina. Cruzamos las piernas y los brazos y quedamos ahí.
Después de recordar esa tarde contigo, me acosté y dormí con todas mis mujeres (wow: todas). Una a una se avalanzaron sobre mí: la del paladar dulce, la de la espalda de cristal, la de la piel de arbusto, la de las piernas de hierro, la de la herida en el pulgar... corrieron y saltaron ante mí, impávido, testigo de mi lejanía. Ninguna puso un dedo sobre mí. Será que contrastas tú, con ellas, en eso de alcanzarse.
Así, con la mano sobre ese hueso de cadera femenina que es común denominador de todas las sábanas del mundo concluimos en otro nivel: tu y yo somos lo que ellos nunca serán aunque se toquen. Eso está bien.

Comentarios

Anónimo ha dicho que…
Necesitas un hueco
Anónimo ha dicho que…
*tu (Vainilla) conoces la mejor de todas, la q nadie nunca ha ni descubrira...te kiero TrUfFITA*
Anónimo ha dicho que…
*tu (Vainilla) conoces la mejor de todas, la q nadie nunca ha ni descubrira...te kiero TrUfFITA*
Anónimo ha dicho que…
ves? TODAS tus mujeres... haha lola

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