DE CÓMO MATÉ A "LA DOÑA"

En el almuerzo, llego "La Doña" comentando de qué forma había callado a los muchachos de abajo porque a las cuatro y media de la mañana todavía tenían la música muy alta: "Chacho! si era unos tambores que ni'pa qué! tuve que decirles que bueno era lo bueno, pero no lo demasiado!".
Yo estoy seguro de que los tambores de los sospechosos no sería provenientes, precisamente, de un solo de Terry Bozzio, sino más bien del cochino reggaetón que inunda y abraza y ahoga, pero me enciende la sangre que una anciana valiumdependiente, recalcitrante, impositiva, se crea en la facultad putativa de acallar hormonas o de ganarle a la artritis de su dedo índice.
"La Doña" llegó justo en medio de la discusión necesaria de lo que pasa en el planeta, y en la cumbre de mi euforia. Llegó moviendo su culo kilométrico, su pesada blusa de flores "guarapeteada" y balanceando de un lado a otro su cara colgante en cada gesto de negación en los que intentaba ser "una mujer severa". Me hizo perder el apetito la muy cabrona y para colmo, me lanzó un "buenaj, dijculpa la interucción" que casi logra sacarme de mis casillas. A pesar de lo evidente de mi silencio, se paseó por los dos mosaicos que ocupaban sus pies y de su boca saltaron sapos y culebras solo para terminar con su bulo que abogaba por "la igualdad y el noracismo" en terminos justos...
Como mi casa no es mi casa y su mundo no es mi mundo, me limité a divertirme con el pensamiento de una cuerda de piano roja, húmeda y resbaladiza en su garganta, sus piernas agitándose, golpeando todo lo que tánto me agradecería estar dejando, luego sus brazos azules colgantes y el silencio. También contemplé la idea de un guante blanco golpeándole la cara en señal de duelo, diez pasos de espaldas y un tiro certero e indoloro en su frente amplia, el estrépito de su cadaver contra el suelo y el "yo no sé" con cara de triste a la policía. Cuando tuve mi plan agarrado por las manos y me disponía a sacer el guante o a desbaratar el piano, "La Doña" decidió irse (cinco minutos antes de que lograra hacerme perder mi hora entera de almuerzo, la muy cochina).
Yo, un poco aliviado la vi partir por la ventana, arrastrándo su esqueleto con dificultad, justo antes de que, desde el cielo le cayera, fuerte y homicida, en la cabeza, un yunque negro con el letrerito de ACME en un costado.

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