UN POST CERCA DEL CARIBE

Muchas páginas en blanco he tirado por la borda en estos días. Por las mañanas me levanto con el ajetreo de cubierta y con la pluma rápida, pero en lo que sale el sol me voy dando por vencido y paseo de proa a popa, esquivando cuerdas y descifrando el lenguaje de los marinos toscos a mi alrededor.
Me he quedado inmovil, viendo el tambaleo de una gaviota sobre las olas, cuando arribamos a alguna costa mal situada por horas. La vida en el barco se pone lenta conforme nos alejamos de tierra firme.
Ayer hable con J., un marino viejo a quién le falta el pulgar izquierdo (obra y gracia de una manzana engusanada y un anzuelo desatendido), me contó de sus viajes por estas aguas, de lo dificil que se ha puesto la convivencia a veces. Estar alejado del mundo te hace dudar de la existencia de un rostro bajo las barbas de tus compañeros.
Nadie en la tripulación está de acuerdo con la empresa del capitán, no están seguros de poder encontrar nada en el borde del mundo, de si llegaremos ahí o de si en realidad importa llegar. J, me ha expresado muy seriamente su preocupación por un motín.
El capitán es un hombre joven, pero no es tonto y parece sospechar lo que pasa. Varias veces me ha invitado a su camarote para la cena y ha hecho insinuaciones que no pasan de eso quizá por miedo a insultarme o a admitirlo.
Al parecer, la tripulación me ha aceptado bien, mi presencia, quiero decir. He tenido oportunidad de documentar varias poses del viaje. Mis dibujos han mejorado, he entendido un poco de lo que habla el capitán y lo que dicen en tierra acerca de la altura y la perspectiva. En cada puerto colecciono rarezas e impresiones de animales, plantas y personar diferentes que, para el marino ordinario, deben ser cosa de todos los días, pero que, en pro del arte y la experimentación, me parecen invaluables. Sin embargo, todos estos datos no logran hacerme avanzar en mis escritos de forma definitiva. Tengo el camarote lleno de papeles y cuadernos que no sirven de nada. Por eso me paseo por cubierta en las mañanas tratando de encontrar la palanca que me catapulte a la pròxima idea. A pesar de que los marineros se empeñan en darme mi espacio y tienen muchas consideraciones para conmigo no logro darle una forma definida a mi proyecto. Temo que si lo demuestro la situación se vuelva muy desventajosa.
La tripulación me ve como el ancla que queda con el mundo real; creo que, para ellos, soy la unica persona capaz de amarrar lo que vivimos. Lo que vivimos: un grupo de hombres forzados a bogar sin destino y a voluntad de otro hombre sin ideas definidas. Aunque algunos prefieren esta empresa antes que regresar a los calabozos, la mayoría, muy bien considera la posibilidad de librarse del capitán y entregarse a la piratería, perderse de la ley y coleccionar tesoros en aguas conocidas. Eso, por supuesto, me eliminaría a mi, debo evitarlo de cualquier modo. Por eso doy vueltas por las mañanas tratando de poner en papel la utilidad y los avances de la jornada, de darles esperanza. Decirles que, en todo caso, el "Nuevo mundo" ofrece ventajas insuperables, inimaginables, calles forradas de oro, el perdón y la paja suave. Pero me temo, por mi última conversación con J., que la revuelta no esperará demasiado. Pronto mi única disyuntiva será: advertir al capitan y enemistarme definitivamente con la tripulación o sumarme al motín y ganarme un lugarcito en las barracas, remando, curando enfermos o quién sabe qué.
Por ahora, mi única esperanza real es la de seguir dando tumbos por páginas en blanco, tratando de encontrarle un motivo, un motor, un conbustible a esta expedición que, para empezar, nunca debió ser emprendida por nadie.

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