JORNADA

Si, tengo un escritorio grande, tres computadoras con las piernas abiertas para mi, en la oficina, mi propia fotocopiadora, una maquinita de estampillas (PARA EL CORREO, POR SUPUESTO), ponchadora, presillas, lápices de todos colores, folders vacios, llenos, tarjetas de la última navidad adonde no alcanzo a leer, un par de gabinetes llenos de mierda, mochilas, regletas, dos sillas, gavetas, sobres vacíos, cuadros con flores horribles, listas en las paredes y posts-its amarillos por todos lados. Hay un montón de cosas que ayudan al alejo normal a sobrevivir en una oficina de billing de Tampa, y que, por tanto, hacen más llevadera la monotonía del tecleo numeral: trac, tac tac toc tac, click, click...(bis). Y a veces es facil perderse en la niebla y aguantar tranquilo los días con la filosofía de que este trabajo no es tan malo para pasar la universidad, que estoy solo, oyendo musica y con internet todo el dia, que nadie me jode, que me visto como me da la gana, que qué suerte tengo de no trabajar en la construccion o sirviendo hamburguesas... Pero, de vez en cuando, se estacionan a mis espaldas un par de mequetrefes para hablar de las diferencias medicinales de los hombres; de cómo se exprime a los pacientes con mayor eficacia, de cómo Hipócrates era, en secreto, un comerciante de Damasco con una póliza de seguro superlativa, vendiendo gavachas y estetoscópios a una niña y su madre (la vida y la vida) a cambio de su tiempo y sus tetas transgredidas, flojas y húmedas con el nectar verde de la mensualidad, que menstruan en la cabeza de todos de coraje, de impotencia, de puro encabronamiento por lo canallas que les hemos salido. Entonces no puedo evitar preguntarme si vale la pena aguantar callado, hasta cuándo podré resistir sin ayudar, pero sin dejar de cooperar, con el sistemita que me va tragando por partes; hasta cuando tendre el temple de decir que ya basta y desnucarles con mi levante de cabeza; que cuánto valgo y cuánto vale mi comodidad; que por qué sigo aquí sentado, escudandome en un monton de chatarra en una oficina de seis paredes mal puestas en lugar de levantarme y ajustarle, a los imbéciles que me recuerdan lo que hago, con todas mis ganas, el trabajito en la cara de un solo empujón?

Comentarios

Anónimo ha dicho que…
y ahora que te pasa?
Por qué ya no escribis?
Quita

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