EL EMBARQUE

La muerte en el siglo veintiuno esta mas sobrevaluada que nunca. Es asi o no entiendo bien de esas conversiones.
La gente se empeña en construirse casquetes en que meterse comodamente, en persignarse, en vestirse de negro... Miles de hombres azorados golpean las mesas a puñetazos mientras las mujeres levantan carteles con lapiz labial ante una cerca de malla. Los gritos del mundo lo dejan sordo y nadie sabe a ciencia cierta cómo es que se muere uno. Mientras tanto, Africa se cae muerta, llena de moscas. Y el resto del mundo se rie sobre su cadaver. El resto del mundo es un niñito negro con la panza hinchada debajo de sus costillas, con llagas en los pies y polvo en las manos.
Y todavia tenemos el descaro de medirnos con la muerte. Entramos a las funerarias con el morbo en las manos. Vemos el cadaver azulverdoso tras el cristal aguanta olores y se nos salen las lagrimas de envidia.
Yo, particularmente, he esperado morirme desde siempre. Si escribieran de mi en el futuro podrian decir que me dedique a construir piramides y a enterrar barcos voladores y me regalé a Anubis y a Rá. Podrían decir que siempre tuve la certeza de acabar mis dias de un cuchillazo en una esquina oscura de la calle Habana, o de un apagon sorpresivo de plomo en las sienes. Y eso estaría bien, como lo está ahora. La verdad es que no asocio la muerte con el miedo, es más bien una condicion atrayente que me escarba y me encuentra un poco.
Si la muerte fuera mujer, no le volvería la cara ni dejaría que cerrase sus piernas, me encantaría con el gozo de penetrarla de acero y de carne. No me importa si viene, en fin y podría redundar sobre la misma idea por un rato más.
La muerte, en fin, no debe ser mujer o en todo caso, debe ser paraplégica, porque siempre parece venir a cuestas de alguien mas. Siempre me la traen en el rincon oscuro de un Corsica, envuelta, quizá, en un pañito blanco. Siempre se aparece con la boca abierta y redonda diciendo que no me perdona, que le he herido gravemente.
Hoy, para variar, cuando me encontre casi de frente con el portador de mi muerte, dio un saltito y se golpeó la nuca con la palma de la mano lamentandose por haberla dejado en la casa. "No te vayas, la busco y vengo a matarte", dijo y salió a la carrera. Yo espere, a lo sumo unos cinco minutos antes de cansarme y sali con la llave en la mano dispuesto a disculparme mas tarde por mi poca paciencia. En cambio me sorprendió ver a mi verdugo desnudo, en la esquina, mirando hacia mi, sin atreverse a cruzar la calle y buscar a la dichosa muerte, como si todo fuera un juego y el no quisiera jugar más, como si al llegar perdedor a su casa le esperara una cena sin postre o un cintazo en las nalgas. Me miraba ahi, bigotudo y panzón, como el niñito negro, esperando a que me fuera para llegar despues bufando por que me le fui.
Y me dio rabia.
Me emputó que el tipo este no fuera capaz de mantenerse en pie o de cruzar la calle. de no asumir su rol con la entereza con que debería. Me dio rabia que la pasguata de la muerte esperase por el dia del encuentro, liciada en una mortajita absurda y me no pude contenerme. Escupí sin que nadie me viera, en el suelo, y me prometí que la próxima vez no me muero, nada mas para sacarlos a ambos de sus casillas.
O quién se piensan que soy? Que pueden jugar asi conmigo y con mi tiempo?
Pues no, queda dicho; y si no, veremos.

Comentarios

Anónimo ha dicho que…
La muerte nos lleva a un estado de remordimiento, de hipocresia. "Nunca le he hablado pero se le murió el papá...le hablaré". Podemos verlo entonces como que la muerte trae amigos, o simplemente que saca nuestra hipocresia al máximo. O talvez es que nos gusta que sientan lástima por nosotros...nos gusta que esa persona que nunca nos habló, nos llegue a decir cuanto lo siente, a pesar que sabemos que su condolencia se basa en la hipocresia.
Anónimo ha dicho que…
Y si la muerte es el principio... Y si estamos muertos ya y al morir, nacemos... Yo no apostaría nada. El dios perverso puede tener tantos planes para divertirse con nosotros...

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