El ULTIMO ALMUERZO (post inspirado por el te de Filo)

El día en que partí caminé por las calles como si nada fuera a pasar. Puerta tras puerta visité a mis amigos y me despedí con largos abrazos fuertes. San José estaba gris, como siempre y yo pesaba sobre sus aceras como mi resaca de despedida anterior.
Devolví lo que me habían prestado en todos los umbrales amigos.
Cerca de la universidad, y a la hora de almuerzo me encontré con dos amigas, Ch. y S. que también salían a almorzar. A esta última la conocí a medias por un romance de días en el colegio y no la había vuelto a ver hasta unos días antes, cuándo ya esperaba el día de la partida.
S. estaba más alta, con otro color de pelo, con la silueta más definida y una cara de estudiante cansada que se acomodaba en sus lentes que logró despertarme la nostalgia por aquellos pocos días de secundaria. Y no sé si fue que Ch. no paraba de hablar, o que S. se vio particularmente triste al enterarse que me iba, o esa forma de levantar los hombros al apoyar sus brazos en la mesa, o el solecito de medioidía, o la llovizna cálida que se vino sin avisar pero por un par de segundos me sentí de allí. No necesitaba ir a ningún lugar y para celebrarlo me pedí un te que enlimoné al gusto viendo como se mojaba la gente por la línea del tren de la Amargura. Un sorbito viéndo a mi nínfula apesadumbrada fingir que seguía la conversación frente a mi mientras los vellitos minúsculos de su cuello me cantaban a coro que era un canalla y me tiraban toda mi ropa desde su segundo piso. Y creí reirme muy disimuladamente, pero me preguntaron las niñas el motivo de mi risita bobalicona por un poco de te y yo les dije algo de la lluvia, que solo servía para mojar, o que no la vendían en el mall pero no importó, porque no tenía nada mas que hacer salvo estar ahí y besarle la boca a toda la tristeza de S.
Y me la llevé desnuda en mis brazos para llorar en secreto en el aeropuerto más tarde. Toda la tristeza del bienestar de una tacita de té, una llovizna seca y unos ojos tristes. Me la llevé para recrear en cada sorbo cosmopolita de mi presente té, una mesa sucia en la Calle de la Amargura, la gente corriendo para evitar mojarse y eso tan raro que le pasa a uno cuando esta a salvo de cabos sueltos, aunque sea por un segundo.

Comentarios

Anónimo ha dicho que…
o la última cena: un pedazo de pizza en el aeropuerto

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