EPISTOLARIO

Me sentaba a redactarle larguísimas cartas a aquella rubia de ojos bobalicones que tanta sal me dio en mi pueblecito natal una vez que fui de visita. Recibía por correo una hoja en blanco con una cita de alguien más, con las comillas más vistosas que se pueden poner para abrir y cerrar y alguna foto suya envuelta en papel higiénico.
-Son para una exposicion de arte en la que denunciamos –o queremos denunciar- el despilfarro ambientalista de…
Luego un libro con su dedicatoria: “Te lo mando porque dejó de ser prohibido acá, Antoine” y yo, más atrás me le encasquetaba en toda su rabia y su impotencia con una carta extenuante.
No sé bien, a estas alturas, por qué di –y doy, quizá- rienda suelta a todos sus caprichos y todas sus ambiciones y por qué me sorprendo a menudo recriminándomelo. Será que en el corazón (trasero) de un Cuore, donde otrora, dejábamos manchas de sudor me di cuenta por primera vez en mi vida de la angustia, y lo que es peor: de toda la carga de la angustia que estaba destinado a llevar hasta que me decidiera a zacudírmelo todo de encima de un tirón y sin explicarle nada a nadie y eso bastó para soportarlo y endulzarme la boca con frases como “ me tengo que ir, pero eso de las distancias es un puro cuento, nena…” y que me arrancaran las lágrimas los versos más sin gracia de las canciones de Silvio, tales como “al tibio amparo de la dos catorce se desnudaba mi cancion de amor, llegaba el día indiscreto y torpe y la belleza nos hacía más pobres…” recordando cómo nos dormiamos en mis eternas vacaciones debajo de su balcón espirituano esperando que despuntara el alba a las ocho de la mañana, con todo el cansancio de la noche anterior besándonos los ojos.
-Sancti Spiritus es la ciudad más extraña del mundo, María Antonia – elegimos, desde el principio no llamarnos por nuestros nombres verdaderos -, hasta las tejas más viejas y podridas tienen un sabor dulzón que te pellizcan, si te dejas, y te hacen saber que estas aquí, ahora.
- Pero mira que eres bobo, Antoine, si las tejas viejas y podridas pudieran hablar sería solo para pedir remedios para sus goteras…
Y después de cada noche tocaba despedirse con la misma angustia de la que fui blanco y testigo y sigo siendo ahora; irse caminando, encender el Cuore y trabar la primera hasta la segunda y la tercera hasta el portalito que albergaba mi cama improvisada de quince días.
Luego, en San José, me dediqué a escribirle cartas que procuraban darle pellizcos pero que se iban entumeciendo cada vez más y fuimos transmutándonos y ensordeciéndonos hasta ser lo que somos. Apareció la subcultura que coleccionaba libros prohibidos y adoradora de Julio Cortazar que se pasaba papelitos de un país a otro con el título de un libro y palabras amigas. En fin, que fuimos entrando poco a poco en el grupo de gente que va a la Habana y se encuentra en otro balcón, que se acuesta y en el sexo, uno trata de convencer al otro de la belleza del jazz. Pasé a decirle cosas como que Ella Fitzgerald y su elemento sintáctico y dulzón son más poderosos que nada cuando la negra se decide a tararearte que “every cloud must have a silver lining” y ella asentía y sudaba caribeñamente en una cama de sábanas blancas habaneras. Esa misma gente que recibe noticias de sí por los periodicos, por amigos comunes y cualquier otra fuente impersonal, que luego te manda a decir en una carta que escuchó tu último disco y que los temas se van poniendo más y más sólidos. Esa gente que entrecierra los ojos al verse en Trinidad como acordándose de algún otro tiempo mejor.
Y cuándo pienso en la génesis de toda las batallas me remito a su sala en el segundo piso, donde escuchabamos a Carlos Varela en su grabadora vieja decir que “desde que existe el mundo, hay una cosa cierta, unos hacen los muros y otros las puertas”.
-Yo sé que todo esto es una brisita muy pasajera y muy inspiradora para ti, Antoine. Como bien me has dicho ya, una visita de quince días a Cuba te vale unos tres o cuatro meses de escribir canciones encerrado en tu cuarto, pero, coño, no crees que eso es muy egoista de tu parte?
- Mira, Laura María, no hay que ser egoista para ver las cosas como son. O qué quieres al fin? Tenemos los mismos problemas que tiene todo el mundo, solo que a nuestro modo.
Y me iba yo, esa misma noche a Centroamérica con gallo pinto y volcanes para dejarla a ella en su Caribe que era tan mío con su arroz congrís y su Sierra Maestra y no me aparecía hasta el otro día en la escalera de su puerta que me situaba irremediablemente dos o tres escalones por debajo de ella a que se me tirara rodeándome con las piernas con un acento exagerado que decía con todas sus voces “te ejtrañé”.
Y cómo evitar entonces las horas posteriores a enderezarme en la escalera y escribirle desde mi tierrecita capitalista y ajena todas las cartas que le escribí? Cómo no justificar las canciones y las citas europeas que nos dimos cuándo tomábamos el té en nuestros grupos de amigos adictos a Nabokov? Ella fue Lolita y yo fui Humbert, amén del Señor Vladimir Nabokov y de todas nuestras patrias juntas y revueltas que insistían en violarse la una a la otra sin descanso, sin tón ni son. Cómo decirle, años despuès, desde Tampa, que entre los dos sigue faltando alguien que se atreva a hacer la primera puerta?
No hay forma.
Toco vernos en la cara de todos. Tocó seguir recolectando pasajes de Cortazar e imaginándonos que la distancia es nada más una palabra en el diccionario. Tocó sobre todo que le escribiera muchísimas cartas a la rubia aquella que las esperaba de veras, aunque ella pretendiera lo contrario. Tocó aún más ser valientes y vivir con lo que se vive en la vida que no es otra cosa que no conocieramos antes de vernos. Y fuimos nada más que gente. Y vagamos por los continentes lavando platos, cuidando casas, limpiando aceras, contestándo teléfonos. De Madrid a Lion, de Lion a Manchester, de Manchester a Menphis, de Menphis a Quito, de Quito a San José, Lima, Santiago… fuimos todas las personas que no tenían otro lugar dónde caerse muertos que no fuera esa angustia, que tan tercamente insistíamos en bautizar como amor, de no pertenecer, ni siquiera el uno al otro. Y nos mandamos cartas, muchas cartas con besos, con sobres, con libros, con música, con garabatos, con dibujos, con fotos, con perfume, destinadas a llegar, con muchisisisísima suerte a algun país epistolarmente bondadoso que tuviera cupo ilimitado para todos nosotros que nos íbamos haciendo más y más y más, con el tiempo.

Comentarios

Anónimo ha dicho que…
Wow
Que cambio!

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