M. Y YO Y VISCEVERSA

M. fue (en cierta medida, es) mi amiga cercana por mucho tiempo. Era la muchachita de encías grandes y sonrisita simplona que me espantaba a veces con la voz más chillona del mundo y que me abrazaba casi todo el tiempo cuándo salía de mis relaciones más traumáticas y más absurdas con otras muchachitas simplonas en tiempos de colegio. Tanto fue asi que M. y yo colisionamos multiplicadamente, casi siempre como modo de excorcismo, cuando ella se aburría del morenito de paso y yo de mi morenita. Supongo que, desde afuera, alguien podría resumir mi relación con M. como absurda y monotemática, vana y superficial, en el mejor de los casos, pero desde aquellos días y desde mis ojos, nada se acercaba más a la libertad que sus piernas abiertas sin pedir explicaciones, sin reclamos ni arrastre. En fin, es lo más cerca que he llegado a estar del tan renombrado "amor libre". No es que trate de endiosarla ni de darle nombres que no le corresponden, M. era M. y nada más que eso. Hablábamos de asuntos sin importancia alguna, lloraba conmigo, nos acostábamos y en algún momento nos acurrucábamos mutuamente buscando un calor robado, pero siempre, después, volvía a ser la muchachita obtusa que se encantaba en mi musaraña con agua y aceite y pretendía filosofar mientras todos la mirabamos con una mezcla de lástima y maldad.
Tampoco, pretendo decir que M. era mía. No harían falta las aclaraciones, en todo caso; yo tampoco tuve dueña. Pero siempre existió un lazo fuerte que nos unía cuándo habían quejas o cuándo la noche era muy larga y muy inaguantable y eso nos bastaba y le hubiera bastado a cualquiera inmerso en esa simbiosis.
En lo que pasó el tiempo, el "amor libre" se fue gastando en mi (y supongo que también en ella) porque los días compartidos se hacían cada vez más y más usados. Nos cansabamos menos y menos de la vida real y por tanto, dejábamos de buscarnos. Así hasta que un día no la llamé más y ella tampoco me llamó a mi y nos desaparecimos sin bronca y sin aspavientos. Después de eso nos encontraríamos algunas veces contadas, siempre gracias a algún amigo común y aprovechábamos para encerrarnos y perdernos impersonalmente por ahí tratando de prestarnos el trocito de calor que nos ocupaba. Y ya: crecimos.
Días antes (o días después, si la memoria no me falla) de salir del país a estudiar, me enteré por alguien más que M. estaba embarazada y me dolio la ausencia absoluta de sorpresa en mi respuesta. Era obvio que estaba en estado, y que sus padres la forzaban a casarse y que quién sabe qué pasaría con su vida y que qué triste y todo eso. Entonces indagué, y todo fue tan cierto que decidí perderme casi definitivamente, al punto de hablarle como un conocido distante en nuestras escasas conversaciones cibernéticas posteriores. Pero nos conocíamos tanto que no valía la pena esconderlo y ella lo sabía con todas sus pocas luces, como lo sé yo. Y asi al tiempo no le fue quedando otra cosa por hacer que no fuese pasar, dejándome crecer a mi y a ella por lugares separados, eso si, sin sentir nunca la angustia de un destino truncado, pero con el sinsabor de la distancia emocional.
Si alguna vez hubo sentimientos de rechazo o, en todo caso, simplemente ásperos, fueron efímeros de ambas partes, me consta que nos perdonamos todo al instante, no pudo haber sido nunca de otra forma. Pero en lo que crecimos por ahí regados, perdimos contacto ineludiblemente.
Hoy, converso con una amiga de M. que llego a ser, de manera muy opaca (por vivir en el mismo país en que vivo), una amiga mía y me da noticias suyas. Le pido, en un alarde de adrenalina su número (el de M.) "no creo que a nadie le importe que yo la llame y sé que a ella le alegrará oir de mi" y la otra me responde con todo el hierro de un " le preguntaré a ella si está bien que te de su número". Y cuándo hice caso omiso de su estocada y le dije que "claro que está bien, está más que bien", que los viejos amigos siempre tienen derecho a buscarse, que siempre hay un reencuentro pendiente y que solo había calurosidad y aprecio en el recuerdo de ambos... me encontre cara a cara con toda una cortina intragable de "no sés", de "quiero evitar problemas", de "mejor prevenir que lamentar" y me armé de coraje para decirle que le diera a ella mi número o mi correo y que me escribiera o me llamara si alguna vez quería...
Ahora, por acalorarme con la otra, no tengo el número de M. y no sé realmente si la veré otra vez. Y no es que importe demasiado, de todos modos había reaparecido bien poco en mi cotidianidad actual, pero hubiera ido más acorde a nuestra historia sellarla con un entendimiento callado del devenir que nos tocó y que éste fuera mutuo, en todo caso, hubiera sido mucho más literario que una realidad frustrada por una zonza cobarde y por un veintre hinchado y demás.
En fin de cuentas, pudiera inventar mil finales pero ninguno sería más acertado y más acorde a la realidad que mi imagen tratando de decidir si esperar o no por una llamada de M. en lo que M. tal vez, nunca recibe mensaje alguno de mi.

Comentarios

Anónimo ha dicho que…
Yo creo que le gustas a la amiga de M. y que por eso no quiere darte el número. Está celosa.

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