waiting room

Son las siete de la mañana y la sala de espera es una escuelita llena de pioneritos, con pañoletas azules y pupitres mal calvados.
Afuera el frio arrecia y el aire es casi tan blanco como las paredes adentro. Hace un año que escribía acerca de bufandas naranjas deslizándose por la calle y la garganta y hoy estoy mal sentado en un sillón de nylon mirando fijamente hacia el botón de on/off de un televisor anónimo. Las caras largas me rodean. Mujeres con las narices rojas y los cuellos largos, adolescentes arremangados en los sofas contando los segundos. Se puede deslizar suavemente un cortauñas por el silencio que se impone aun por encima del ruido de la tele.
Soy un hombre, lo he comprobado. Podría ser una niñita llorona y aun sería un hombre. Me he puesto la cara dura y he dicho que todo esta bien, que hay que dejarse de pendejadas. Después de un par de dias en esa posicion, me acalambro en una sala de espera, quemándome las retinas con el blanco de las paredes.
He probado a ser de todo, dicho sea de paso, en estos últimos días. Fui el viudo, el escritor, el hombre de negocios, el fotógrafo, el muchachito asustado, etcetera. Ya me pasee frente a todos los desesperanzados que esperan conmigo con ínfulas de dios y como tal se me ha visto.
Hoy me doy cuenta de que no he dormido y que me pesan las articulaciones en mi afán de estar aquí, ahora. Ser un hombre, ser de piedra y saber abrazar tiene sus altibajos.
La sala de espera de un hospital es un lugar súmamente iluminado, sobre todo si se comparte con extraños que tienen la certeza de ser superiores por su habilidad de adivinar las jugadas en jeopardy. Es un lugar, francamente, alegre para la gente sin sueño y sin nada que perder.

Comentarios

Anónimo ha dicho que…
Detestas esperar... Yo también.
Anónimo ha dicho que…
Hey, ojala que él se recupere. Saludos muy especiales a tu tía y a Susy.
Un beso-.

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