alejo valdivia


En Google, la vida es muy sencilla. Te sientas, apoyas los brazos, buscas tu nombre. Alejo Valdivia. Alejandro Valdivia. Ahi estoy por algun lado.
Tambien estas tu.
A la cabeza esta un Juan Alejandro Valdivia que desconozco por completo, pero que debe ser mi version clandestina como un profesor de ciencias. Un hombre letrado con publicaciones bajo la manga. Yo, por el otro lado aparezco como humilde contribuidor del altruismo blogero, como guitarrista y músico experimentado, como autor de una melodia insulsa... Ya me han vuelto la cara en señal despectiva varias veces cuando hablamos de la importancia del trabajo, de la huella en el planeta, de esa infinita levedad del ser. Un musico con pantalones rotos, pelo largo mas bien sucio, dos o tres pelos mal afeitados y sobre todo medio timidón. Alejo: el ovejo negro de sus allegados. Por eso trato de evitar el epiteto de Alejandro Ismael Valdivia Vilvey (Bernal Seijas Penton...), porque soy asi, tan bajito y tan sereno que me convierto en Alejo. De hecho: en alejo, sin mayúsculas y solo. Eso, para los que no me conocen e insisten en darme nombres de fanfarria (léase Alex, Alexander, Alessandro, Alejito, Alito, Al, Al...). No es que importe realmente, pero en Google soy alejo valdivia, un musico que, por arte de bilibirloque, aparece en la primera página si se busca su nombre. E insisto: no soy astronauta ni vaquero como soñe ser, ni político ni guerrillero como tal vez soñaron por mi, soy un tipo en minúscula con una guitarra y aparentemente, mucha experiencia.
Efímero como es el abrazo cibernético, desapareceré tarde o temprano de las listas de Google, (o desaparecerá Google?). Hoy me basta buscarme con mis coterráneos y hacerle click a la orejita erizada adentro mio que rie breve volviendo la cara en señal de venganza a quien no está quizá ni en la lista de egresados de su colegio. Asi pues, al señor Juan Alejandro Valdivia se le suma su versión más bohemia y más destartalada haciéndonos el honor el uno al otro de tenernos aunque sea por medio de Google, como testimonio de que en algún lugar del mundo, (y para ambos) no metimos tanto la pata.

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