Hamilton, Ontario, 8:00am


La nieve merece varios adjetivos: mojada, fria, brillante, abundante, embarazosa, resbalosa, sorpresiva, pegajosa, inconveniente (conveniente), etc. Hoy estoy en Hamilton, Ontario, un pueblecito canadiense que se viste con colorete por las mañanas, donde la gente se pasa sonriéndo. Bueno, no se si me sonrien a mi por el exceso de abrigo, ellos, tan acostumbrados al bajo cero que con un jacket nomás tienen pa'ir tirando, ellos que ya ni advierten su aliento frente a si, ellos que, a veces, ni guantes usan los muy orates... 
En fin, Hamilton despertó hoy y yo con él muy tempranito y vi, lo que hacía años no veía: gente en la calle, caminando, esperando el bus, bajándose de él, saludando a sus amigos, gente como estampida cruzando la calle, cada grupito de gente con una nubecita de vaho encima y me sentí, como hace tiempo parte del mundo, un copito en la nevada. Regresé al anonimato rodeado de gloria, me gané sonrisas obligatorias, g'mornings escandalosos y bajones de cabeza, fui olvidado medio paso después. Ya se que es debatible que en todos lados pasa y es cierto, pero en algunos lugares es más facil que en otros. En algunos lugares hace falta un gran evento para la convocatoria, una atracción, un flash, en otros la gente simplemente interactúa y, coño, eso se nota.
Seguiré luego las reflexiones de este mundo, pero ahora corro a revivir antes de que me mate la nostalgia.

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